Imaginémonos la escena: dos ruidosos y desvencijados camiones rasgan la virginidad del alba según se aproximan al extremo sur de la pared este del cementerio. Mantienen sus focos encendidos pues el sol apenas anuncia a estas horas una tímida alborada sobre el cielo invernal. Con ademán marcial seis soldados bajan del primer camión y se cuadran a pocos metros de la vieja pared de ladrillo. Del segundo camión descienden dos militares de mayor rango y dos funcionarios, estos últimos, con la parsimonia propia de la rutina del trabajo y de la insensibilidad ganada en ella, invitan a bajar a dos hombres. Impedido por tener las manos atadas a la espalda…