En el subidón tras leer No-Cosas de Byung-Chul Han escribo estas líneas a vuelapluma.
Analiza el popular filósofo coreano algunos aspectos del capitalismo de la información, es decir, la sociedad dominada por el procesamiento de la información en que vivimos.
Las cosas dan sostén a la vida pero ahora el orden terreno está siendo sustituido por el orden digital. Si las cosas son polos de reposo de la vida, en cambio no es posible detenerse en la información. Las cosas nos son cada vez más indiferentes. El fetichismo de las cosas se ha acabado, dice, Chul Han.
Hoy solo atendemos a noticias, a datos, a información, y hemos dejado de interesarnos por las cosas. No poseemos, solo consumimos. Y las cosas desaparecen. O se convierten en infómatas, agentes de información como el smartphon, que velan por nosotros y por tanto no tenemos que preocuparnos por nuestro propio cuidado, que es el de Heidegger. Pero las informaciones no generan una historia, son inconexas. El ser hoy es pura información y está todo a nuestra disposición. Si tenemos acceso. A cambio el algoritmo decide por nosotros. Pero además asistimos a la entropía informativa, la información es tanta que no hay distinción entre lo verdadero y lo falso, porque conocer la verdad lleva tiempo y hoy no se dedica tiempo a nada. No hay tiempo para la verdad, solo para nuevas informaciones, ni lo hay para tantas cosas, como la contemplación detenida de las cosas, o la atención sin intención. Además viajamos sin adquirir una experiencia, y la cultura, que aporta símbolos, es ya mera mercancía con lo que no formamos una comunidad.
Solo en la posesión se cumple el amor por las cosas que amamos y la magia que estas despliegan. Y es que los libros o las fotos han dejado de tener historia, son solo información. Chul Han acaba su obra con un canto de amor por una gramola que atesora en su hogar.
Hay un capítulo en que Chul Han hace una alabanza de las cosas citando a varios autores, me quedo por lo conciso con Rilke: las cosas irradian calor.
Hoy las cosas no son frías ni calientes, no se nos oponen y por tanto no aportan su magia, explica el filósofo. El mundo no nos mira, no nos habla. Desaparece el otro, el mundo se desrealiza. Y es que no cabe relación con la información. La comunicación digital y nuestra relación con el teléfono móvil destruyen tanto la cercanía como la lejanía, lo que hay es un contacto sin distancia. Y por tanto la relación mágica con el mundo que tiene que ver con el contacto y la presencia se diluye. Solo existe el eco de uno mismo porque no hay presencias.
Claro, me he acordado de Onésimo. Hace ya muchos años que además de mis escritos de surf hice algunos artículos en plan de broma para un par de fanzines. Unos tenían como protagonista a Onésimo Feticce y salían en el Efecto Orégano, un fanzine bilbaíno. Este personaje era un adalid de los objetos y encima se supone que fetichista sexualmente hablando, lo dejaba caer. Su defensa del chándal fue el primer alegato, glosó también los discos de vinilo y los vestigios que sus propietarios dejan en cada microsurco, allá por el año 2000, o los zapatófonos. Su compañero Tristan Marmar, más serio, se pirraba en el fanzine Sassenach por los libros viejos y todas y cada una de sus partes. A ambos autores los recogí en Doloras y Otras Cosas, un microedición que estuvo en una librería de Las Arenas, la de la Plaza de los enanos, pero que en realidad he ido endilgando a mis amistades.
Así decía Onésimo en esa recopilación de escritos que hice hace tres añitos en un escrito titulado UBI, que significa DÓNDE, que como el tópico latino pregunta dónde, dónde demontre se están escondiendo, no la belleza de la juventud, como en el petrarquismo, sino las propias cosas:
“Hay un objeto que se ha vuelto importante de repente. Me refiero a los cuadernos. No los dietarios, con sus fechas en cada hoja, también, sino los cuadernos de pastas duras y hojas en blanco, como hace doscientos años. Volver a escribir a mano, tener donde mirar un dato apuntado de cualquier manera, hacer un garabato, se ha convertido en un lujo que estamos recuperando frente a la tiranía de las pantallas líquidas y corrosivas. Los hay de diseño, y los regala la BBK o hasta el gobierno en favor del euskera. Por un momento descansas la vista. Es como si hicieras el camino de Santiago, que vuelves a sentir una medida del tiempo diferente, que existía en épocas distintas a la nuestra, sin motores, radio ni televisión. Escribir en un cuaderno es viajar, pero no en el espacio, sino en el tiempo. O en la imaginación.
Ojalá sea el mascarón de proa de una involución inteligente que pelea por disfrutar más de las cosas, de cada momento, viajando en el tiempo al caminar por donde caminaba Swan o gozando del jardín de la abuela, de donde a Carmen le llegaba la “presencia mágica de ayer, querencia que me hace volver para sumergirme en su embrujo y aturdirme una y otra vez”. Los cuadernos quizá sean la punta del iceberg de una posibilidad creciente de refugiarse unos momentos en las cosas y el alma que poseen. En los vinilos. En las radios. En los libros de papel en los que ya estaba todo entonces, antes. En la película, de celuloide, los carretes, ahí el famoso lema, slogan, vale, hashtag, “film is not dead”. En los cines. En las tiendas, donde aparecen cosas que uno no espera, imprevistas. En el papel fotográfico. En los discos de pizarra y el espíritu del 78. En los conciertos de los bares y los instrumentos musicales, quizá algún día también online.
Ahora que he comprado unos dvds he tenido la premonición de que el lujo de poseer el objeto nos será nefado en breve. Que todo estará en manos de alguien y lo disfrutaremos en streaming, libros, imágenes, películas, canciones. En manos de alguien desconocido, poderoso, lejano.
Animado por el entusiasmo del fotógrafo Alfonso Momeñe he resucitado la vieja Balda que me regaló mi padre hace más de cuarenta años. Funciona a la perfección. Sin pila, sin batería. ¿Dónde estarán nuestras avanzadas cámaras de hoy, quién sabrá hacerlas funcionar dentro de medio siglo? También he digitalizado negativos de hace ciento cincuenta años de mi familia en Foto Nadar ¿A dónde irán las imágenes codificadas en archivos digitales en el futuro? ¿Quién sabrá interpretarlos? Pero sobre todo, dónde estarán los años y años, de día y de noche, que estamos dedicando a observar un puto aleph chino, con perdón, en la palma de nuestra mano y no tu caligrafía. Por tu tinta mato. Más si es a lapicero.”