Hay algo único en que Marat, una de las figuras notables a la cabeza de la Revolución Francesa, tuviera que pasar el día metido en una bañera con agua sulfurosa para aliviar las dolencias de una enfermedad de la piel causada –aparentemente- por haber permanecido semanas escondido en las cloacas, y que siguiera ejerciendo su actividad política instalando un escritorio en su bañera…
También hay algo único en la personalidad del Marqués de Sade, provocador adelantado a su tiempo, liberado primero de la prisión por la llegada de la Revolución, y luego de la guillotina por la caída de esa misma Revolución para la cual llegó a desempeñar tareas administrativas y con cuyos ideales de igualdad mostró un gran compromiso -aunque no tanto como para deshacerse de su castillo…
Y, finalmente, hay algo ya no único sino genial en que el director del hospicio de Charenton, último destino para los “mauvais sujets”, los desechos de la sociedad burguesa -locos incurables y enemigos del Estado-, permitiera a Sade, su interno más ilustre, montar espectáculos teatrales con los demás enfermos como ejercicio terapéutico y que abriera las puertas de dichas representaciones a la sociedad parisina…
¿Qué ficción hace falta con tanta capacidad inventiva de la realidad? Peter Weiss nos la da: una obra dentro de una obra en la cual vemos al Marqués de Sade dirigiendo a sus compañeros de infortunio en la dramatización de los últimos días de Marat. Una pieza teatral en verso en la que confronta la brutalidad del ideal revolucionario de Marat con el nihilismo y el individualismo de Sade.
Brillante, cargada de significado y de significantes, un auténtico espectáculo sobre el papel y sobre el escenario.
Pedro Rivero